Flidi y sus rebeldes, reveladores y “claros” cordones negros

Primera Parte

Por: Hugo Buitrago Timarán, docente

Un cuento para Luciana Buitrago, con amor eterno, de tu amigo por la vida y para la vida, tu papá, Hugo Buitrago.

En algún lugar, de algún país, que estaba en algún continente y en un planeta cualquiera, había un lugar con diversa astroflora y astrofauna, bañado por un río de color rosa que fluía por un anaranjado manto de vegetación, largas cordilleras de montañas azuladas, con un hermoso cielo ligeramente enrojecido, y, desde luego, un majestuoso valle en el que resaltaba una pintoresca aldea llamada Pascualia, habitada por una comunidad de animales antropomórficos estelares, donde todos se conocían y compartían sus vidas en armonía. Entre ellos vivía Flidi, una hermosa y elegante ave de un plumaje áureo, quien, a simple vista, parecía llevar una vida perfecta junto a su esposo, Teodorox, un afable roedor galáctico muy inteligente y prestante, ambos vivían en un rincón de la aldea.

A diferencia de otros animales, ella siempre llevaba unos “oscuros” zapatos blancos y unos “claros” cordones negros, que se ajustaban perfectamente a sus patas, pero había un pequeño inconveniente: los cordones de sus zapatos se desataban con facilidad. Flidi, decidida a resolver este pequeño problema, se propuso encontrar una manera de mantener sus cordones bien amarrados mientras se dirigía a una gran fiesta. Empezó a experimentar con diferentes nudos y técnicas, pero, por alguna razón, los cordones se resistían a permanecer atados. En el camino luchaba por encontrar la solución perfecta. Observaba a otros animales con sus coloridos cordones perfectamente amarrados y se preguntaba cómo lo lograban. Probó distintos materiales, buscó consejos de los animales más sabios de la aldea que encontraba de camino, pero todos sus intentos fueron en vano.

—Señor Mintra, ¿cómo está usted en este bello y luminoso día oscuro?

—Mi muy elegante y estimada vecina Flidi, como brilla usted el día de hoy, yo me encuentro muy bien, bronceando mi pelaje con su imponente reflejo de oro ¿cómo se encuentra su esposo Teodorox?— (El señor Mintra era un pomposo, caballeroso, pero coqueto oso.)

—Muy bien, nuestro matrimonio va de maravilla, lo amo tanto, es el roedor perfecto, aunque decidió quedarse en casa por un catarro.

—Me alegro mucho que se encuentre tan feliz, el amor florece de la manera más bella en sus ojos, pero, cuénteme ¿qué la trae por aquí?

—Mire, he comprado estos hermosos y coloridos zapatos blancos que combinan muy bien con mi falda, pero, por alguna razón, estos cordones negros y claros no permanecen atados ¿qué hago?.

—¿Negros y claros? ¿Coloridos zapatos blancos? ¡Emm!

—¡Sí, tal cual!

—Bueno ¿y por qué no prueba haciendo un doble nudo? A ver, déjeme le ayudo.— (Mientras el pomposo y herculano oso le amarra los zapatos Flidi lo mira risueña y esperanzada)

—Gracias, muchas gracias.

—Por nada.

Flidi continúa su camino, no desea volar pues no quiere despeinar su “peludo” plumaje dorado. A medida que pasaba el tiempo, de nuevo sus cordones se desamarraron, la lucha de Flidi se convirtió en una obsesión. Pasó minutos, segundos y centésimas intentando amarrar los cordones, descuidando el tiempo y dejando de disfrutar de las cosas simples de la vida. La aldea, preocupada por ella, intentó ayudarla, los animales la observaban con asombro y simpatía, maravillados por su persistencia y dedicación, pero Flidi estaba tan concentrada en amarrar sus cordones que no se percató de los cambios que ocurrían a su alrededor. Pascualia estaba llena de belleza, maravillas y comentarios, pero ella sólo veía los nudos difíciles y los lazos inalcanzables.

Al llegar a la fiesta, Flidi se encontró con Saniax, una serena y sabia lechuza que habitaba en el árbol más alto de la aldea. Flidi, con su mirada esperanzada, le explicó su constante lucha con los cordones. Saniax, con su voz calmada, le sugirió:

—”Querida Flidi, a veces, las soluciones más sencillas están justo frente a nosotros. Tal vez, en lugar de buscar atar los cordones, deberías dejarlos desatados y disfrutar del viento fresco entre tus plumas mientras caminas por la aldea. A veces, rendirse ante lo incontrolable nos lleva a encontrar una libertad que ni siquiera sabíamos que anhelábamos”.—

Emocionada por la perspectiva de Saniax, Flidi decidió probar su consejo. Mientras bailaba con los pintorescos animales, en un momento, decide ir al baño y en su paso se encontró con Portaz, un enérgico conejo que saltaba entre las frutas plateadas, en ese planeta las frutas eran de colores metálicos, solían ser plateadas, doradas, cobrizas entre otras, como la decoración de un árbol de navidad, también habían flores de diversos colores metálicos. Flidi, con una sonrisa en el pico, le contó sobre su lucha con los cordones. Portaz, con su entusiasmo contagioso, exclamó: —”¡Flidi, tienes que dejar que tus cordones bailen al ritmo de tus pasos! Permíteles moverse con libertad y observa cómo la magia de tu caminar se entrelaza con la danza de la vida. Los nudos sueltos pueden ser una declaración de estilo y un recordatorio de que no todos los lazos deben ser perfectos”. Por cierto, ¿cómo está Teodorox?— Flidi le responde segura de sí misma, bien muy bien, cada día nos amamos más y más y mucho más.

Inspirada por las palabras de Saniax y Portaz, Flidi decidió abrazar su singularidad y dejar de preocuparse por amarrar los cordones. A medida que los cordones se balanceaban con el frenesí de sus pasos, Flidi comenzó a disfrutar la belleza de la aldea y a notar detalles que antes había pasado por alto, por ejemplo, que las dos lunas que adornaban las noches eran de colores “distintos”, una era roja, la otra… también, pero más brillante. Descubrió que la verdadera esencia de la vida no se encontraba en la perfección, sino en la aceptación de uno mismo y la apreciación de los momentos simples. Pero inmediatamente pierde el paso por los cordones y se molesta con la situación.

Intentaba, la pelea con sus cordones se había convertido en una obsesión, nada que podía mantener sus cordones amarrados, sin embargo, como pudo alcanzó a hacer un pequeño movimiento que los tuvo atados, de esta manera, Flidi se dirige para compartir su felicidad sobre su matrimonio con tres “buenas” amigas de la aldea animal: Quimex, la cariñosa elefanta de piel rosada; Bilolox, la enérgica cebra con cuadros, en lugar de rayas; y Castia, la sabia y tranquila tortuga de caparazón lila. Con una sonrisa forzada en su pico, les habló con entusiasmo sobre su matrimonio con Teodorox, asegurándoles que era un roedor perfecto y que su amor era inmenso. Flidi creía que al convencer a sus amigas de su felicidad, encontraría la validación que tanto anhelaba.

Quimex, con sus ojos bizcos pero amorosos, abrazó a Flidi y le dijo: —”Querida Flidi, siempre he admirado la forma en que te entregas por completo a tus relaciones. Si dices que amas a Teodorox, entonces estoy feliz por ti y te apoyaré en todo momento”.— Bilolox, con su energía desbordante, saltaba emocionada alrededor de Flidi y exclamaba: —”¡Wow, Flidi! ¡Eres realmente afortunada de tener un esposo como Teodorox! Siempre has sido una amiga leal y te mereces todo el amor y la felicidad del mundo”.— y, finalmente, Castia con su tranquilidad aburrida, acarició suavemente a Flidi y dijo: —”Querida amiga, el amor puede ser un camino complicado. Si en tu corazón sientes que Teodorox es el indicado, entonces confía en tu intuición. La felicidad es una búsqueda personal y sólo tú puedes decidir qué es lo mejor para ti”.—

De nuevo sus cordones y mientras luchaba desesperadamente por amarrarlos llegó Mox, un esbelto y atractivo Cisne, su plumaje era blanco, como los “oscuros” zapatos de Flidi, esta grandilocuente ave se acercó a ella con gracia y cortesía. Sus ojos brillaban con admiración mientras observaba a Flidi intentar amarrar sus zapatos. Con su voz melodiosa, Mox le dijo: —Querida Flidi, permíteme ser tu compañero en esta danza de la vida. Deja que mis alas te envuelvan y te guíen hacia la libertad que anhelas. Juntos, podemos crear un baile único y mágico, donde cada paso sea un símbolo de nuestra conexión etérea— Flidi, sorprendida pero intrigada, miró a Mox con curiosidad, sintiendo una extraña atracción, la cual le hacía sentir enrarecidos movimientos de alas de mariposas en su interior.

Los demás animales de la aldea observaban con asombro y chismerío el cortejo entre Flidi y Mox. El viento susurraba melodías de chisme mientras Mox desplegaba sus alas blancas y danzaba alrededor de Flidi, creando una coreografía que parecía desafiar las leyes de la gravedad, desde luego, ambos podían volar. Flidi, cautivada por la elegancia y la pasión de Mox, se dejó llevar por el encanto del momento, olvidando por completo los cordones desatados. No fue lo único que olvidó. Mientras Flidi y Mox bailaban en perfecta armonía, la aldea animal se llenó de una magia deslumbrante. Todos los animales, desde el señor Mintra hasta Portaz, se unieron a la danza, celebrando el amor y la aceptación de cada uno consigo mismo. Flidi se sentía envuelta en un remolino de emociones, pero en su interior, algo persistía y no eran sus cordones, el cisne le había dado una carta.

En medio de la danza, Flidi se separó de Mox por un breve momento. Estaba avergonzada pues ella estaba casada. Se encontró con el reflejo de su propio plumaje en el río rosa y se detuvo a contemplarse. En ese instante, se enfrentó a la verdad que había estado ocultando. La idea de un matrimonio perfecto con Teodorox era solo una fachada que ella misma había construido para encajar en la sociedad de la aldea. La situación la golpeó como una roca de emociones contradictorias. Así, mientras el cielo enrojecido por el halo de sus lunas iluminaba el horizonte y la aldea animal celebraba con una danza celestial deslumbrante, ella estaba decidida a negar su revelación.

Por lo que decide correr a casa, huye de la mirada rumiante de todos los animales y en su huida tropieza con esos “benditos” cordones cayéndose al suelo, su cabeza impactó contra una roca, como si se tratase de una nuez que cae al suelo desde la cima de una montaña. En ese instante, algo extraordinario ocurrió. Los cordones se ajustaron mágicamente y quedaron perfectamente amarrados, como si un invisible hilo del destino estelar los hubiera unido. Teodorox que se dirigía a la gran fiesta, en el camino encuentra a su amada tirada en el suelo y a su lado, la carta que le había entregado Mox:

“Mi querida Flidi,

Desde el primer momento en que nuestros ojos se encontraron, supe que había una chispa de amor especial entre nosotros. El destello en tu mirada y la gracia de tu plumaje con tus movimientos me cautivaron de inmediato. Aunque nuestros caminos se hayan cruzado solo en breves encuentros, siento que hay una historia aún por escribir entre nosotros, permite que nuestras plumas agiten el viento juntas.

Desearía unas alucinantes conversaciones secretas bajo el resplandor de las estrellas y que compartamos momentos en la tranquilidad de la noche rojiza. Tú y yo, unidos por un halo brillante de amor, bordando una conexión que trasciende las palabras y desafía las normas de esta aldea.

La oportunidad de amarnos será el primer capítulo en nuestra historia. Un momento donde podamos explorar nuestros sentimientos y dar paso a lo que verdaderamente somos. Estoy emocionado por la posibilidad de bailar contigo y dejarnos llevar por la melodía de nuestros ojos.

Sé que aún hay dudas y miedos en tu interior, pero juntos podemos enfrentar cualquier desafío. Permíteme estar a tu lado, sostenerte con mis alas y guiarte hacia un nuevo horizonte de amor y descubrimiento.

Espero verte esta noche, mi amada Flidi, y que juntos escribamos el primer capítulo de nuestra historia.

Con admiración eterna,

Mox”

Teodorox, enfurecido, luego de leer la carta decide llevar a su esposa al hospital, esta historia continuará…

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